Desde los 10 años experimenté brotes de acné muy intensos. Mi mamá decía que era normal y que desaparecerían con el tiempo, pero al llegar a la universidad, seguían presentes. Incluso durante la pandemia de Covid, seguían ahí.
Probé medicamentos acompañados con cremas. También intenté tratamientos que quemaron mi rostro y me dejaron sensible al sol durante meses, sin lograr ninguna mejora.
Al principio, mi necesidad de 'eliminar los granos' era principalmente estética. Con el tiempo, aprendí a aceptar mi rostro tal como era y a comprender que una cara con granitos no es menos hermosa. No obstante, los brotes se volvían cada vez más severos, con granitos agrupándose en diversas áreas de mi cara y espalda, causando mucho dolor y alterando la forma de esas zonas. Resultaba doloroso tanto física como emocionalmente.
En algún momento, escuché que las pastillas anticonceptivas podrían ayudar, así que decidí investigar más. Internet sugería que tal vez sí, pero también advertía que, si lo intentaba, podría desarrollar cáncer y morir, o en el mejor de los casos, quedar estéril.
Descubrí entonces que, aparentemente, todos los anticonceptivos hormonales tenían el potencial de ocasionar eso, además de aumentar significativamente el peso y la probabilidad de tener más acné, entre otros efectos. Esta información en la mente de una adolescente de 15 años no resulta precisamente tranquilizante.
A los 20 años, tuve mi primera cita con una ginecóloga y comenzamos a hablar sobre métodos anticonceptivos. Cuando mencionó los métodos hormonales, supongo que no pudo pasar por alto mi expresión de desagrado. Le compartí todas las preocupaciones que tenía, y ella me miró con comprensión.
Me dijo que los métodos anticonceptivos siempre han estado rodeados de mitos y que, si bien existen efectos secundarios que varían en cada persona, cuando se toman bajo la supervisión de especialistas, no son nada extremos y, además, son pasajeros. En ese momento, decidí informarme un poco más al respecto, pero opté por no iniciar ningún método hormonal hasta estar completamente segura.
Hablé con mi mamá, tías y amigas sobre sus experiencias con las pastillas, y ninguna las había utilizado, pero todas estaban al tanto de lo que se dice sobre ellas. Al realizar una investigación más profunda, descubrí que no hay estudios que vinculen el uso de anticonceptivos con la posibilidad de desarrollar cáncer o de volverse estéril, a pesar de todo lo que internet afirmaba que podrían causarme.
Cuando regresé con la ginecóloga, le compartí mi historia con el acné, y me sugirió probar con las pastillas. Además, me informó que también se utilizan para tratar el síndrome de ovario poliquístico. Años después, conocí a alguien que llevaba años tratándose de esta manera y, cabe destacar, ¡no tiene cáncer!
Desde entonces, han pasado 3 años sin experimentar brotes severos de acné. Aunque ocasionalmente surgen granitos, no se comparan en absoluto con la intensidad de antes. Además, mi autoestima ha mejorado también.
Y tampoco tengo cáncer.
La conclusión de todo esto es informarnos directamente con especialistas, ya que nuestra familia y amistades siempre hablarán desde sus experiencias o desde lo que (des)conocen, y la información en internet no siempre será la respuesta correcta.
Cada cuerpo es diferente y, como mencionó mi ginecóloga, los tratamientos afectan de manera distinta a cada persona. Sin embargo, no debemos tenerle miedo a la información ni a hacer preguntas, ya que definitivamente eso es lo que puede mejorar nuestra calidad de vida.
Tampoco hay que olvidar que los anticonceptivos hormonales nos protegen contra el embarazo, pero no contra las infecciones de transmisión sexual (ITS). Por eso, al tener relaciones sexuales, es necesario complementarlos con un método de barrera, como el condón.
— Miros Villaseñor